Foto: Matua
por Miguel Larrimbre
Los vinos blancos no tienen la misma capacidad de envejecimiento en botella que los tintos. La explicación radica en que son elaborados sin que el jugo de las uvas tome contacto con la cáscara y por lo tanto carecen de taninos, el componente antioxidante que explica en gran parte la capacidad de envejecer de los tintos.
La mayoría de los vinos blancos que se producen en nuestro país son fermentados en tanques de acero inoxidable, a baja temperatura, evitando su oxidación con el objetivo de preservar sus aromas varietales, frescos y frutados. Es el caso por ejemplo de los Sauvignon Blanc y los Albariño que no tienen contacto con el roble. Son vinos relativamente frágiles, que se dañan con el calor y la luz. La crianza prolongada en botella los suele perjudicar porque justamente les hace perder su mayor virtud: su fragante y fresco afrutado juvenil.
Estos vinos deben consumirse cuando son jóvenes en principio en su primer año de vida. Son especialmente disfrutables en la primavera y verano siguientes a su elaboración. A partir de allí comienzan a perder su carácter, se oxidan y pierden atractivo. Si se los quiere conservar por más tiempo deben ser cuidadosamente almacenados en lugares frescos y oscuros. Sin descartar la parte baja de la heladera.
Existen otros tipos de blancos cuya elaboración incluye un periodo de crianza en barricas. Estos vinos adquieren, en contacto con el roble, una cierta cantidad de taninos que le dan soporte y estructura, los protege y les permite evolucionar y madurar por un período más prolongado: es el caso de las Chardonnay “roble” o de “crianza”.
Algunos de estos blancos no sólo son criados en contacto con el roble sino que su fermentación es realizada en la propia barrica. Terminada la misma se prolonga el contacto con las borras, y periódicamente se les realiza el “battonage” -operación que consiste en remover las lías para que tomen contacto con el vino- con lo que se logra hacerlos más estables ante la oxidación. Su color es casi siempre más intenso, son vinos con más cuerpo, más textura y armonía. Son los blancos secos que tienen mayor capacidad de envejecimiento. Luego de embotellados su aroma evoluciona y se complejiza. Además de las notas frutadas provenientes de la variedad se adicionan matices de frutas secas, de miel, caramelo, de frutas pasas. Los mejores ejemplos superan sin dificultad el horizonte de vida de tres o cuatro años si se los conserva en buenas condiciones, aunque los mejores ejemplares pueden superar sin problemas esos límites.
Por hay otros blancos que saben evolucionar aún mejor, que lo hacen lentamente y mejoran con una larga crianza en botella, son los vinos de cosecha tardía, los vinos blancos dulces. Estos vinos, capaces de envejecer por muchos años, deben su longevidad a su alto contenido de azúcar que los protege les permite con el paso del tiempo complejizar su aroma y su sabor.
Como siempre que se guardan vinos es conveniente probarlos periódicamente para ver su evolución y no llevarse sorpresas.